El día quince de mayo de 2011 estaba cenando con unos amigos en la Casa de Granada, que tiene una bonita terraza que da a la Plaza de Tirso de Molina, en Madrid. Allí llegamos después de haber estado en la Puerta del Sol, en una protesta masiva convocada por el movimiento DRY (Democracia Real Ya). Después de algunas cervezas nos empezó a subir olor a quemado de la calle, y era que algunos radicales estaban prendiendo fuego a los contenedores de basura. La policía los persiguió, pero aquellos habrían desaparecido en las callejuelas de Lavapies. Mientras tanto en Sol, algunos manifestantes (se dice que fueron unos quince) empezaron a acampar en medio de la plaza, pero duraron poco. Los de azul los sacaron a las malas, o sea con malas maneras, con violencia.
De eso nos enteramos a media noche y fue un consenso general de que ese desalojo no podía ser el final amargo de ese día. Veníamos de ver durante los meses pasados cómo millares de Egipcios ocupaban la Plaza Tahrir y derrocaban con su propia fuerza y poniendo cientos de muertos a un dictador procaz, vimos por televisión la euforia de cientos de miles de personas cuando escuchaban las palabras de Mubarak anunciando su dimisión. Sentimos que el mundo comenzaba a cambiar.
Lo que pasó después del día quince de mayo de 2011 en Madrid no surgió de la nada. Para mí, la crisis económica empezó a mediados de dos mil nueve, cuando no pude conseguir trabajo más. Para otras personas, comenzó mucho antes, cuando dejaron de pagar las tarjetas de crédito que el banco les ofrecía como parte del contrato de la hipoteca de sus viviendas con precios parisinos. nadie lo vio venir y el resultado para miles de familias españolas e inmigrantes fue catastrófico.

Que nadie lo vio venir? bueno, algunos lo vieron venir. Ya en dos mil cinco algunos foros de economía hablaban de los elevados precios de la vivienda; los políticos negaban rotundamente la existencia de una «burbuja inmobiliaria» o sencillamente se negaban a pronunciar la palabra «crisis». Las grandes empresas presionaban a los sindicatos para que estos permitiesen el cambio de las leyes de protección a los trabajadores y muchos se dieron cuenta que desde 2006 la patronal estaba preparando lo que ahora es una realidad en España: trabajo precario. Los ciudadanos seguían disfrutando del festín y se hipotecaban para vender un 30% más caro en seis meses, estrenaban automóviles cada dos años y se iban de vacaciones a Punta Cana o Varadero. Los promotores de vivienda eran la mafia de España y encaletaban kilos de billetes de quinientos euros en sus lujosas residencias. Algunos ciudadanos de a pie empezaron tímidamente a manifestarse. Recuerdo estar en el Parque de El Retiro con un amigo y ver a unas quince personas con unas pancartas. Eran del movimiento por la Vivienda Digna y animaban a la gente a unírseles. Mi amigo y yo no quisimos hacer el oso y decidimos mirar hacia otro lado, como el resto del mundo.
En 2011 algunas movilizaciones de estudiantes fueron el preámbulo del 15-M. Esas manifestaciones contaron con bastante fuerza, y tuvieron una convocatoria que cogió desprevenidos a los políticos autonómicos y a las «fuerzas del orden», que no podían aparecer ante las cámaras dando porrazos a una multitud de jóvenes de diecisiete años. No solamente era la gente de a pie sino los estudiantes quienes también sentían los recortes del gobierno español haciendo frente a la crisis provocada por los bancos.
Lo que pudimos escuchar por parte de activistas e intelectuales en la tarde del 15-M fue el crisol de lo que estudiantes y ciudadanos pensaban y venían padeciendo desde 2006: la inconformidad por las decisiones de los políticos. Por fin los ciudadanos nos empezamos a mover, obviamente porque nuestro suelo se estaba moviendo y nos sentíamos caer. El desalojo y la detención de los manifestantes que se quedaron esa noche en Sol, fue para muchos de nosotros una falta de respeto con esa decisión de apoderarnos de la protesta, y quisimos protegerla… Y allí nos fuimos, a Sol, a no dejar que esos que querían acampar fueran desalojados.

Todo ocurrió de manera espontánea. Creo que en principio ni siquiera las redes sociales tuvieron que ver. Fue esa idea que estaba en la cabeza de todos, de que había que proteger a los que habían decidido instalarse en la plaza, lo que nos empujó a estar allí con ellos durante por lo menos un mes de manera masiva. Nosotros decidimos estar allí todas las tardes y hasta la madrugada con quienes acampaban, que se iban poco a poco multiplicando en número. Esperábamos en cualquier momento la reacción de la policía, pero nunca llegó. Durante los primeros quince días hubo al menos diez mil personas todas las noches vigilando que nadie se acercara a los acampantes. El ágora se abrió de par en par y con miradas se empezaba la conversación que siempre convergía hacia el mismo tema: como generar el cambio. Los manifestantes más avezados crearon la asamblea y organizaron la protesta que siguió. Se incorporaron nuevas maneras de lenguaje, como por ejemplo el aplauso de los sordomudos. Miles de manos agitándose en el aire con toda la multitud en silencio. Puerta del Sol con diezmil personas en silencio absoluto fue uno de los momentos mágicos que allí vivimos. Ese silencio era seguido por una bulla escandalosa y los gritos al unísono de «no nos representan» estábamos eufóricos.

En Sol quisimos cambiarlo todo. Quisimos cambiar el sistema, y por eso se acotó la palabra «antisistema» en los medios de comunicación. En Sol despertó la utopía y por eso se nos llamó «perroflautas» «yayoflautas», porque el cambio del sistema pasaba por derrumbar el capitalismo para crear una sociedad asamblearia, con ideales cercanos al anarquismo como movimiento político. La horizontalidad en las decisiones de la asamblea desembocó en movimientos vecinales que empezaron a interactuar con la gente en los barrios para crear organizaciones basadas en la autogestión. Cuando los políticos por fin decidieron desalojar Sol, las asambleas en los barrios conservaron con bajo perfil ese deseo de cambio.
Muchos políticos respiraron aliviados cuando el movimiento 15-M perdió fuelle. Quizá por eso no vieron venir lo que ocurrió en la televisión cuando un profesor de la Universidad Complutense de Madrid empezó a hablar de tú a tú con los principales ideólogos de la derecha en los medios de comunicación. Pablo Iglesias vio la oportunidad perfecta para atacarles con la dialéctica inobjetable que proporcionan las decisiones estúpidas y la corrupción de nuestros gobernantes. Las frases y las respuestas de Pablo Iglesias eran todo lo que la asamblea del 15-M había planteado sobre lo que era y sigue siendo España. Pablo Iglesias es la encarnación ideológica de todo cuanto pasó en las asambleas de Sol. De la nada y gracias a su popularidad creó a Podemos y el planteamiento original era el mismo que tenía la asamblea en la Plaza: absoluta horizontalidad en las decisiones, un movimiento sin líderes donde él sería el conductor que nos llevaría hacia el cambio generacional que necesita la política en España. Creo que muchísimos de los que estuvimos en Sol asistiendo a las asambleas votamos por él y por su movimiento en las elecciones europeas que le llevaron junto a otros correligionarios a Bruselas.
Después han venido cosas que a muchos no nos han gustado. Las listas cerradas, la toma de decisiones de manera unilateral, la pérdida del espíritu asambleario. Mucha gente se ha decepcionado totalmente de lo que Iglesias ha hecho y empiezan a compararle con la «casta» de la que él tanto reniega. Se le empieza a ver con escepticismo dentro de su propio movimiento, mientras otros le miran con pánico, porque creen que bajo su gobierno, España se convertirá en un «estado fallido», una república bananera. Este pánico viene de gente que tiene mucho que perder si alguien con el planteamiento económico que trae Iglesias (respaldado por economistas de primer orden como Vicenç Navarro) llega al poder.

El único rival político a la altura de la estulticia de Mariano Rajoy se llamaba Alfredo Pérez Rubalcaba. Ambos se cogían de la mano, porque los dos eran uno, así como la rémora vive del tiburón sin que este la muerda, porque el uno sin el otro no tienen razón de ser. El bipartidismo que nos ha mantenido en la ignorancia de lo que pasaba detrás, o sea el total acuerdo de los grupos económicos y financieros con estos políticos, está sufriendo una fractura en España. Y es posible que Pablo Iglesias tenga una oportunidad ante el nuevo elegido del PSOE, un tal Pedro Sánchez, que fue sacado de segunda línea para aparecer en los afiches y discursos de su partido con su «apariencia juvenil y renovadora». Es posible que Podemos tenga posibilidad de disputar el poder al PP en las próximas elecciones.
Este pasado 31 de enero Pablo Iglesias fue acompañado por unas cien mil personas en la Puerta del Sol en su Marcha del Cambio, y ya como un político que prematuramente está llegando a un sitio destinado a los elegidos por grandes bancos y patronales, se atreve a a darnos un mensaje de esperanza y a creer en el proyecto de su recién creado partido. Podemos se ha atrevido a hacer algo impensable para la verdadera izquierda en España desde el final de la Transición, y es importante atreverse aunque hayan errores en el camino, porque este es un nuevo camino.
William Peña Vega