En la sesión del 31 de octubre de 2024, del Seminario Memorias Paralelas, organizado ese día en colaboración con el Instituto Caro y Cuervo, la poeta Anabel Torres inició su intervención con el texto que aquí compartimos.

Anabel Torres
«Mientras tecleo estas palabras hoy 31 de octubre el número de fallecidos en España a causa de la dana crece, de 95 a 158. Y contando. En la tele se suceden imágenes de árboles y coches y ladrillos y techos y cornisas volcadas entre raudas cataratas de agua, piedra y lodo. Los noticieros abren con imágenes de barro y ruinas, mientras exclaman que los efectos del desbordamiento de la naturaleza son similares a la devastación de las guerras. Veo las mortíferas imágenes entre el martes, el miércoles y hoy jueves, y no puedo evitar gritar para dentro. ¿Cómo serán los techos abiertos de la vida volcada por la muerte, cuando han pasado doce meses y 23 días bajo los bombardeos, los misiles y las balas de los francotiradores del ejército israelí disparando aposta sobre las cabezas y los corazones de las niñas y niños habitantes de Gaza?
Entonces un marcador de tinta indeleble sobreviviente de este holocausto se convierte en un tesoro comunal. Las madres se lo pasan de mano en mano para garabatear los nombres de sus pequeñines sobre partes de sus cuerpecitos. Así, cuando sus niñas sean aplastadas por la muerte, podrán acunar una muñequita de trapo muertica entre los brazos sobre la cual llorar. Así de simple se ha vuelto la vida para madres y padres. El ‘sí mueren mis hijos’ ha devenido en ‘cuando mueran mis hijos’, en ese medio Oriente cuyos atropellos contemplamos desde el sofá, inmóviles.
Vengo de un país tomado por el verbo matar durante tantos años como tengo de vida. Yo, engendrada días, noches, minutos, antes del 9 de abril de 1948, nací cuando el país se lavaba de una sangre más roja, derramada a granel desde hacía años. Este derramamiento dio lugar a La Violencia: violencia con mayúsculas, como las de otros crímenes de lesa humanidad, los Kameir Rouge, el Ku Klux Klan, etcétera. Tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, primer candidato ‘rojo’ a la presidencia en Colombia, durante ‘el bogotazo’, mientras rugía la guerra afuera, en mi casa de Bogotá había amor.
Como poeta soy alguien que no ha encontrado respuestas, y tampoco me importan tantísimo las preguntas. Mis palabras son palabras amasadas y amansadas, palabras que he traído, enlazadas, a yacer quietas entre cabalgaduras incesantes de ritmo. Y siempre, desde que fui engendrada, la guerra ha sido mi enemiga. Es una enemiga aplastante. Vociferante o silente, pero siempre la guerra. Una guerra en la cual, haciendo parte de nuestra población civil desarmada, me sé, me reconozco, como una pieza más de utilería, en esta obra teatral propia que nunca hemos logrado representar los desarmados.
Hoy venimos a hablar del conflicto armado en Colombia, acaso sin reconocer lo mucho que este nos ha afectado y nos sigue afectando a quienes, por nacer en Colombia, vamos por la vida en estado de desarme permanente. Me sé feminista, y por lo tanto pacifista, y por lo tanto a la vez alerta y derrotada. Y si miro hacia muy atrás, remontándome a lo que llamamos los albores de la civilización, las mujeres, porfiadas en parir la vida, lo que venimos haciendo, en efecto, es parir a los generales, a los soldados, a los muertos, a las heridas y desbaratadas, a los estrategas, a los verdugos, a los mercaderes y a las víctimas de la guerra.
Anabel Torres, 31 de octubre 2024, palabras en la prisa.
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